El autor descubrió a Paul Klee en 1947, durante el primer Festival de Aviñón, y el posterior contacto con su obra y sus escritos no hizo sino reforzar su fascinación por el artista, cuyo método y reflexiones parecían reflejar sus propias inquietudes. Este libro es el testimonio de esta profunda y persistente admiración: dejando a un lado los lugares comunes sobre la influencia de la música en la obra de Klee.