?Alejandro López Andrada, ¿o acaso será Noa, tan chica?, nos regala la alegría, los trinos, el borboteo del agua, los olores y los sabores de nuestra infancia, ya lejana, en estos versos (?) Al crecer perdemos, desafortunadamente, la capacidad de asombrarnos. Olvidamos la fascinación que nos producían los erizos, las oropéndolas, los lentiscos y los madroños. Pensamos que siempre han estado, y siempre estarán ahí, que nada tienen que ver con nosotros, pues son ajenos a nuestra vida cotidiana, a nuestro bienestar. Afortunadamente están los poetas y los niños para devolvernos, alguna vez, la memoria, y con ella la sabiduría de la inocencia. Y, si me permiten un secreto que solo me atrevo a expresar en voz baja, me gustaría que también estuvieran los mejores científicos, esos pocos capaces de encontrar el hechizo escondido bajo las apariencias.? Miguel Delibes de Castro (Introducción)