En enero de 1842, Charles Dickens y su esposa se embarcan en el Britannia para conocer América. Un largo periplo de seis meses les lleva a Boston, Nueva York o Washington, entre otras ciudades. Dickens nos ofrece un relato pormenorizado de su viaje, donde nos muestra una sociedad en pleno desarrollo de sus estructuras industriales, judiciales y sanitarias, en las que ya se atisba el núcleo de lo que será su posterior grandeza y hegemonía. La descripción que Dickens hace de Estados Unidos es generosa cuando corresponde alabar este o aquel aspecto en el que sobresale frente a la Inglaterra victoriana de su tiempo, pero es feroz cuando encuentra realidades contrarias al progreso de la humanidad. La mirada de Dickens es muy crítica con la prensa norteamericana, a la que acusa de alimentar las más bajas pasiones de sus lectores; lo es también con la clase política, que se retroalimenta con la prensa en su dañino influjo sobre el debate público; y es descarnada, brutal y estremecedora con la esclavitud, institución que Dickens condena con toda la virulencia de la que es capaz su certera prosa.